Alguna vez se te ha pasado por la mente que una simple naranja puede llegar a costar hasta ¡un millón de dólares!, no lo creo porque yo jamás lo había pensado. Pero lo que me pasó ayer me hizo considerarlo.
Caminaba yo muy tranquilo por la acera, rumbo a la misma tienda donde llevo siete largos años haciendo mis compras. Cuando de repente un inesperado eclipse de unos cinco segundos nos dejó a todos con la cabeza entre las rodillas. Fue algo raro pero tenía hambre, así que continué mi travesía. Habiendo llegado a la tienda, me hallo la sorpresa de que no había absolutamente nada, o sea nada, en serio ¡NADA!, no habían mecatos, no habían legumbres, no habían lácteos, no habían panes. Mi estómago no aguantaría recorrer los largos cien metros que habían regreso a mi casa, por lo que averigüé sobre lo sucedido a ver si había quedado algo para poder sobrevivir. Me dijeron que todo estaba normal hasta que el eclipse aparentemente desapareció cada producto del establecimiento, dejando únicamente lo que estaba dentro de una nevera diminuta donde el tendero suele guardar su almuerzo. Le pedí que me vendiera lo primero que estuviera en esa condenada neverita, y fue cuando me dio la extremadamente vieja y marchita naranja de su abuela. La naranja se veía tan seca que podrías morder una piedra y no habría diferencia, pero el deber llama y el hambre ataca, así que pagué lo que me pidió y salí caminando mientras que pelaba la dichosa naranja.
En menos de diez segundos, si mal no recuerdo, me empecé a elevar a metros del suelo, y aquello que hace minutos parecía un eclipse, era una nave espacial ciclópea que tapaba el sol de medio país, la que me absorbía a sus fauces cual león hambriento. No podía gritar del pánico y al parecer nadie notó mi ausencia porque se veían continuar sus caminos medio aturdidos por el apagón. Zhuarel el emperador de Júpiter, me interrogaba dentro de la embarcación espacial. No paraba de hablar de una tal piedra filosofal que desde hace un cron había dado a parar a mi planeta y que yo presentaba indicios de haber estado cerca de ella. Me dijo también que revisó cada tienda y mercado de mi país, ya que sospechaba que la estarían vendiendo como una fruta. Me reí un poco y dije:
-¿Acaso su piedra tiene aspecto de naranja envejecida?
-Si así se le conoce en la tierra, ¡Claro!- respondió Zhuarel.
-...Porque creo que me la comí...- dije entre susurros.
-¡Whshs Thshs Yhshs!- gritó el emperador como si yo le entendiera algo, pero luego de calmarse pensó en la solución. La piedra no era sólida, solo eran minerales compactos que podrían extraerse y volverse a juntar. Claro, yo tenía que estar de acuerdo con el procedimiento. A lo cual accedí por una módica recompensa Jupitiana.
-¡Un lingote de oro o nada!- grité altivo, pero todos se rieron y me dieron tres de un pequeño cajón en una esquina de la nave. ¡Al parecer les sobra el oro a los Jupitianos!...
Al fin, me extrajeron todo el material de su piedra y hasta me dieron un caramelo por portarme bien. Me trajeron a mi casa causando otro pequeño eclipse, y me dejaron tranquilo con el oro que vendí por ¡un millón de dólares! en una casucha de la esquina. En serio, desde ahora revisaré mejor las naranjas antes de comerlas...
Ummm, ¡nah!
Realmente lo que pasó es que compré una naranja en la tienda, que estaba dañada y me causó problemas en el estómago. Le dije eso al tendero y me reembolsó mi dinero sin molestias, así que para mí es casi lo mismo...
¡Hasta la próxima viajero!
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