¡Lo que me pasó ayer podría dejarles los pelos de punta!
Muchas veces acostumbro afeitar mi barba cuando empiezo a sentir molestias y picazón, pero de vez en vez me da demasiada pereza hacerlo y llego a parecer un señor vagabundo de renombre. ¡Hasta Mío Sid me ha dicho el espejo!
Como sea, mi barba ayer alcanzó límites hiperbólicos. No recuerdo la última vez que al despertar y levantarme de la cama, me cayera por haber pisado la punta de mi barba, ¡Que barbaridad!. Desayuné dejando caer el café por encima de mi cara ya que de frente no había espacio. El almuerzo era una sopa que pronto se convirtió en agua con cabellos, ya que mi hermosa barba calló dentro y cual esponja absorbió todo lo que debía llegar a mi estómago. Pero en realidad lo más extraño fue ¡cuando quiso apoderarse de mí!
Me atrapó como boa y no me soltaba, se trenzó por sí misma y, como en especie de patas, se paró y salió corriendo, llevándome a cuestas. Mis hermanos corrieron tras de mí por toda la carretera, pero fue inútil, ya que mi barba resulta ser campeona olímpica de atletismo. Los autos parecían estar detenidos por la velocidad a la que me llevaba mi dichosa barba. No tardó en intervenir la policía, los bomberos, el FBI y doña Gertrudis quien al parecer mi barba también le había robado su gato. Todos me perseguían sin éxito, mi barba saltaba entre coches y casas, hasta me llevé una infracción por exceso de velocidad. ¿Qué podría hacer en ese caso?, mi barba era un monstruo que yo mismo había creado por mi pereza de recortarla.
Fue entonces cuando apareció el héroe de esta historia, Don Jaider, el vendedor ambulante que desde hace días me llevaba ofreciendo la "Super beard trimmer 5000", o sea una cuchilla de afeitar pero más cara. La arrojó por los aires hacia mí para que yo mismo arreglara el problema tan grande que había creado. Hice mi mayor esfuerzo y logré atrapar la afeitadora, no sin antes darme un buen golpe contra el poste de la luz, y levanté mi mano en alto. Corté salvajemente lo primero que encontrara en mi barbilla, y sentí como esa serpiente me soltaba y seguí, hasta no dejar ni un solo cabello al que llamar barba. El pelo caído al suelo se convirtió en una especie de simbionte y se esfumó por las alcantarillas, pero ¡vaya!, ya no había problemas con mi barba, extrañaba sentirme lampiño.
En fin, todo se solucionó. Doña Gertrudis encontró su gato bajo la cama, aunque me sigue culpando de asustarlo, pedí disculpas a todos por los daños causados y volví a mi casa tranquilo. Ahora solo me queda vender un riñón para pagar la multa de velocidad...
Ummm, ¡nah!...
Lo que realmente pasó, es que mi madre me regañó por llevar un mes sin afeitarme, así que me tocó correr a la tienda a comprar una cuchilla, y arrasar con cada bello capilar de mi barbilla. ¡Hasta extraño esa barba tan varonil!...
Hasta la próxima viajeros...
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